Elogio de la incertidumbre

En este post, buscamos reflexionar sobre algunos modos de contrarrestar el afán de que la inteligencia artificial gestione la mayor parte de los aspectos de nuestra vida, desde la regularidad de los patrones predictivos.

María Clara Lucifora

6/5/20238 min read

Los sistemas de Inteligencia Artificial tienen como operación de base el reconocimiento de patrones. De modo similar al cerebro humano, pueden reconocer y analizar regularidades, e incluso estarían mejor preparados para esta tarea por tener a disposición una enorme masa de datos (big data), lo cual agudizaría el nivel de precisión, ampliando el rango de estudio para establecer los patrones con mayor rigurosidad. Aunque esta es una función importante en la indagación de la realidad, pues es cierto que la mayor parte del tiempo nuestro cerebro actúa en base a patrones y suele recorrer los mismos caminos neuronales para realizar las mismas acciones (fiel a su dinámica económica), hay sobradas muestras en la historia humana de personas o comunidades cuyos descubrimientos, ideas, acciones modificaron el curso de los acontecimientos a nivel personal y comunitario. Como afirma Lotman (1998), la dinámica de avance de una cultura consta de dos procesos: los graduales y los explosivos. Los primeros son aquellos que se desarrollan en el marco de lo previsible, lo esperado; en cambio, los segundos son imprevisibles, pues cambian de forma definitiva el rumbo de un proceso. Entre ambos movimientos, hay antítesis y, a la vez, reciprocidad, porque ambos son necesarios para que la cultura siga existiendo (19). Por ejemplo, los descubrimientos de la ciencia o las obras de arte parten de ideas que generan explosión, porque realizan lo inesperado. En cambio, los adelantos de la técnica, que suelen tener como motivación el cubrir necesidades existentes, suelen ser parte de procesos graduales, pues realizan lo esperado (20). Con la explosión, produce un aumento brusco de informatividad de todo el sistema, es decir, gracias a ella, se crea una gran cantidad de información nueva y, en ese momento imprevisible de complejidad, cualquier elemento del sistema (o incluso de otro sistema) puede volverse dominante (28).

Una idea similar desarrolla el pensador Nassim N. Taleb (2007) cuando propone la noción de “cisne negro”, es decir, aquel suceso que consta de tres características: rareza, impacto extremo y predictibilidad retrospectiva (aunque no prospectiva): “Una pequeña cantidad de Cisnes Negros explica casi todo lo concerniente a nuestro mundo, desde el éxito de las ideas y las religiones hasta la dinámica de los acontecimientos históricos y los elementos de nuestra propia vida personal” (6). Taleb asegura que casi todos los llamados científicos sociales han actuado (y nos han asegurado) que con sus herramientas podían medir lo incierto (7) y, sin embargo, observamos día tras día la incapacidad del ser humano para predecir rarezas y, por tanto, para predecir el curso de la historia, dada la incidencia de estos sucesos en la dinámica de los acontecimientos (8). Lo que el autor asegura que le interesa más estudiar no es solo la magnitud de los errores de predicción, sino la falta de conciencia que tenemos de ellos y de qué modo los estudios sobre el “promedio”, la “media”, lo “normal” (aquellos métodos de inferencia de la campana de Gauss) no nos dicen casi nada, porque la curva de campana ignora las grandes desviaciones, no las puede manejar, y sin embargo nos hace confiar en que hemos domesticado la incertidumbre.(13).

“Domesticar la incertidumbre”, ¿no es uno de los objetivos de los sistemas de IA predictiva? Por supuesto, son útiles en muchos aspectos y permiten abordar ciertos aspectos de la realidad con eficacia; sin embargo, el nivel de generalización creciente, así como la tendencia a gestionar los distintos aspectos de la vida humana en función de esas predicciones en muchos casos sin la intervención humana, no hacen más que profundizar nuestra tendencia a querer controlar el futuro, a disminuir la incertidumbre y, en definitiva, a negar aquello que constituye la historia tanto natural como humana. Esto se alinea con una de las tres ambiciones humanas que Sadin (2018) identifica en los tecnólogos de Silicon Valley: "la negación de la imprevisibilidad de lo real y de la muerte” (junto con "la voluntad de ser todopoderoso y la neurosis de un enriquecimiento perpetuo") (312).

Ahora bien, la cuestión que se presenta aquí no es solo que los sistemas no prevén estos saltos de sentido, sino que terminan por reducir nuestra potencialidad de generarlos, porque nos obligan a interactuar con ellos siguiendo su lógica de regularidad, y por lo tanto, nuestras acciones (y nuestro cerebro) adquieren esa lógica también. Más pronto que tarde, nuestros caminos neuronales se configuran para hacer siempre lo mismo, elegir siempre lo mismo, reaccionar del mismo modo, hablar sobre los mismos temas. Y esto que, en ocasiones es útil porque nos ahorra muchísima energía, por otro lado, va estrechando, de a poco, los límites de nuestro pensamiento y de nuestra acción. Esto se produce tanto a nivel individual en la conformación de nuestro cerebro, como también a nivel cultural. La gestión de lo real basada en el reconocimiento de patrones y en cálculos estadísticos cambia el valor semántico de lo imprevisible, lo que antes era evolución, crecimiento y cambio, ahora es un ruido, obstáculo, imperfección, algo a ser corregido o a eliminar. Estas características potencian el polo conservador de la cultura, que tiende a la homogeneidad, a la unidad, a la sistematicidad, a la repetición, frente al polo dinámico, que se caracteriza por la heterogeneidad, la pluralidad, el caos y el desorden. Esto es un problema, dado que, como afirma Lotman, la cultura requiere de la tensión entre ambos extremos para poder avanzar (Lotman 1998). Frente a la doxa tecno-económica, que se basa en la competitividad y su objetivo es la sistematización de todos los segmentos de la vida de acuerdo con fines utilitaristas y mercantiles (Sadin 2020: 31ss), la pluralidad es vista como un obstáculo, así como la incertidumbre, la duda y la posibilidad de error.

Efectivamente, la tecnología nos ayuda, colabora con nosotros en la realización de una serie de tareas para las cuales a nuestro cerebro le falta capacidad: el procesamiento y análisis de grandes cantidades de datos en tiempo récord, el reconocimiento de patrones, etc. De este modo, los dispositivos tecnológicos expanden nuestra capacidad de apropiación del mundo, de interpretación y de acción, al proveernos de herramientas altamente eficaces y eficientes. Sin embargo, es cierto que no todo es color de rosa. Hay un inconveniente importante en este vínculo y es el momento en que le otorgamos a la tecnología un nivel de autoridad mayor al de cualquier humano, así como la potestad de tomar decisiones por nosotros, sin demasiada reflexión al respecto. En el punto en que los sistemas digitales pretenden reemplazar nuestra autonomía, nuestra capacidad de juicio, la responsabilidad respecto de nosotros mismos, de los demás y del mundo que nos rodea, es donde empieza a ser perjudicial. Si los sistemas digitales asumen la enunciación de los estados de mundo, las sugerencias, las indicaciones o las órdenes, les cedemos nuestras capacidades humanas, los consideramos más idóneos y actuamos en consecuencia. Para evitar esto, "debiéramos fomentar que nuestro pensamiento creativo, aquel que nos hace genuinamente humanos y que nos da un gran poder transformador, no sea condicionado de forma absoluta por una predicción artificial […] Solo el pensamiento creativo perdurará y transformará la sociedad desde sus bases, si respeta de forma constructiva y crítica la naturaleza del hombre y de su ecosistema" (Ruiz del Corral 2017: 50-51).

Es momento, por tanto, de reemplazar las narrativas que emanan del mundo tecnológico, aquellas que garantizan que las tecnologías exponenciales serán la solución para hacer frente a los grandes retos de la Humanidad, como se sugiere en los textos de la Singularity University (Ruiz del Corral 2017: 47), por otras que busquen, por un lado, destronar los sistemas de IA como criterio principal de gestión y evaluación de la existencia humana; y por otro, rescatar el valor de la incertidumbre en nuestra vida, fomentando experiencias que desarrollen el polo explosivo de la cultura, la imprevisibilidad, la libertad, la desautomatización, la creatividad, la autonomía personal. Para ello, el arte ofrece un espacio privilegiado de acción y de reflexión, pues es por excelencia el ámbito de la libertad y de la imaginación donde recrear otros mundos posibles o indagar los aspectos ocultos de lo real: "El superior grado de libertad respecto de la realidad convierte el arte en un polo de experimentación. El arte crea su mundo, que se construye como transformación de la realidad extraestética según la ley: `si, entonces…´ El artista concentra las fuerzas del arte en aquellas esferas de la vida en las cuales indaga los resultados de una creciente libertad” (Lotman 1998: 203). Para este autor, el arte es el lugar donde la conciencia creadora se desentiende del problema de la objetividad y pone de manifiesto el hecho de que el sentido no puede construirse de manera unívoca (Arán y Barei 2005: 155), resistiendo en este caso la lógica utilitarista y mercantilista de las máquinas y su pretensión de regularidad uniforme.

Si comprendiéramos que esta no es una lucha por el poder y la supervivencia, que las máquinas, como cualquier tecnología generada por el hombre, debe ayudarnos a ser mejores (considerando que “mejores” no significa ser más competitivos, más exitosos en términos económicos, más longevos, más controladores, sino más empáticos, más comprensivos, más respetuosos, más justos, etc.), lograríamos de esa forma modificar el marco narrativo e interpretar la realidad con unos lentes nuevos. Una posible “receta” de estos anteojos podríamos encontrarla en la noción de “resonancia” del sociólogo alemán Hartmut Rosa (2019), la cual nos brinda alguna pista del modo en que personal y comunitariamente podemos resistir la alienación que nos produce la tecnología y su ritmo vertiginosamente acelerado: "…estamos no-alienados cuando entramos en resonancia con el mundo. Cuando las cosas, los lugares, las personas que encontramos nos impresionan, nos emocionan, nos conmueven; cuando nos sentimos capacitados para responderles con toda nuestra existencia. Estos son los cuatro elementos de una relación de resonancia: en primer lugar, algo nos conmueve o nos `afecta´, nos interpela de alguna forma. En segundo lugar, respondemos a ese contacto de tal manera que nos demostramos a nosotros mismos que estamos vinculados al mundo de una manera eficiente y autónoma. En tercer lugar, nosotros mismos nos sentimos transformados: no seguimos siendo los mismos después de entrar en resonancia con otro ser humano, con una idea, una melodía o un país. Sin embargo, en cuarto y último lugar, nos vemos obligados a reconocer que este tipo de relaciones de resonancia están cargadas de un elemento ineludible de indisponibilidad: no podremos obtener resonancia por la fuerza, así como tampoco podemos predecir cuál será el resultado de esa transformación" (59). La experiencia de la resonancia podría ser el contrapeso adecuado para moderar en nuestra existencia las tendencias que nos impone la semiosis maquínica.

BIBLIOGRAFÍA CITADA:

-Arán, Pampa O. y Barei, Silvia (2005). Texto/memoria/cultura. El pensamiento de Iuri Lotman. Córdoba: El Espejo Ediciones.
-Lotman, Yuri (1998). Cultura y explosión. Lo previsible y lo imprevisible en el proceso de cambio social. Barelona: Gedisa.
-Rosa, Hartmut (2019). Remedio a la aceleración. Ensayos sobre la resonancia. Barcelona: Ned Ediciones.
-Ruiz del Corral, Manuel (2017). Ser digital. Hacia una relación consciente con la tecnología. Madrid: Kolima.-Sadin, Eric (2018). La silicolonización del mundo. La irresistible expansión del liberalismo digital. Buenos Aires: Caja Negra Editora.
-Sadin, Eric (2020). La inteligencia artificial o el desafío del siglo. Anatomía de un antihumanismo radical. Buenos Aires: Caja Negra Editora.-Taleb, Nassim (2007). El cisne negro, el impacto de lo altamente improbable. Barcelona: Paidós.